About

lunes, 12 de marzo de 2012

La Cuaresma, tiempo de Conversión

Una reflexión sencilla

La Cuaresma es un tiempo de 40 días de conversión y penitencia como preparación al misterio Pascual de Cristo. La Cuaresma empieza el miércoles de Ceniza con la imposición de la ceniza, y termina el Jueves Santo. La Cuaresma está inspirada en los 40 días de ayuno y oración de Cristo en el desierto. Es propio de este tiempo litúrgico, además del ayuno y la abstinencia, el ejercicio del Vía Crucis, los retiros y las celebraciones del sacramento de la Penitencia.

En la Biblia el gesto de ponerse ceniza sobre la cabeza es usado para expresar la fragilidad y caducidad de la vida humana, el propósito de penitencia y conversión y la actitud de súplica humilde e insistente.


Al principio, la imposición de la ceniza se reservaba sólo a los penitentes, después fue adquiriendo un carácter más general y acabó por imponerse a todos los cristianos.

El sacerdote cuando nos impone la ceniza puede emplear: “Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás” o “Conviértete y cree en el Evangelio”.

La ceniza nos recuerda que un día moriremos y que necesitamos convertirnos de nuestros pecados para entrar en la Vida Eterna.

La Cuaresma es un tiempo de acercamiento más intenso a las fuentes de las gracias, representadas por la penitencia y la Eucaristía.

En la Cuaresma la conversión es necesaria porque muchas veces olvidamos que Dios es nuestro Padre y que todos somos hermanos. A veces nos dejamos llevar por estos tres afanes del mundo: poder, tener y placer.

El Evangelio nos propone unas alternativas:

Frente al afán de poder, de mandar y de estar por encima de los demás, el Evangelio nos habla de servicio humilde.

Frente al afán de tener y acumular cosas, el Evangelio nos habla de compartir con el pobre, con el necesitado, sabiendo que todo lo que hacemos al pobre, lo hacemos al mismo Jesús.

Frente al afán de placeres de todo tipo, el Evangelio nos habla de moderación, de virtud, de fidelidad.

Puesto que todos somos pecadores, necesitamos restaurar en nosotros el amor con Dios y el amor al prójimo. Ambos amores van siempre de la mano. A Dios le debemos amar con todo el corazón, con toda el alma y con todo nuestro ser, y al prójimo como a nosotros mismos.

En nuestro deseo de cambiar debemos tener presente que no estamos solos pues Jesús nos ama, y nos ha dejado en su Iglesia el sacramento de la Penitencia, para que consigamos el perdón y la paz.

Pilar Sáez
Miembro del Equipo de Liturgia 

0 comentarios:

Publicar un comentario